La trampa de las expectativas
Vivimos en una sociedad que demanda perfección. Muchas
mamás venimos del entorno del éxito académico y de los altos logros
profesionales y eso nos hace ponernos a nosotras mismas estándares demasiado altos.
Las expectativas demasiado altas son tanto internas,
establecidas por nosotras mismas, como externas, impuestas por la sociedad, la
familia, el esposo... y, desgraciadamente, no sólo las utilizamos para medirnos a nosotras
mismas, sino que también juzgamos a otras mujeres a nuestro alrededor de
acuerdo a esos estándares inalcanzables que nos hemos trazado como mamás. O más
bien como “súper mamás”, porque la única manera de cumplir con todas nuestras
expectativas implicaría tener habilidades propias de un súper héroe.
Las mamás somos maestras, enfermeras, chefs,
decoradoras, economistas, psicólogas, cuenta cuentos, planificadoras de fiestas
infantiles, expertas en limpieza, choferes, modistas ¡y muchas otras cosas más!
Ser mamá demanda mucho de nosotras, es una profesión muy exigente que abarca
muchas y muy diferentes áreas de experticia. Y nosotras mismas nos empeñamos
muchas veces en ponernos las cosas más difíciles todavía al ponernos
expectativas demasiado altas que no podemos cumplir. No podemos ser perfectas
todo el tiempo. No podemos sobresalir en todas las áreas descritas anteriormente.
El día no tiene suficientes horas para hacer todo lo que queremos hacer. Y, cuando
fallamos en las expectativas que nos hemos puesto a nosotras mismas, ¿sabes lo
que viene?
La culpa.
Te sientes culpable porque estás tan cansada de
haber dejado la casa impecable por quinta vez en el día que les gritas a tus
niños cuando se les ocurre derramar un vaso de jugo en el piso.
Te sientes culpable de no darle a tu familia el
tiempo suficiente porque tienes que trabajar fuera de tu hogar.
Te sientes culpable porque estás haciendo
exactamente lo contrario a lo que pensaste que harías antes de tener hijos.
Te sientes culpable porque, a pesar de intentarlo
con todas tus fuerzas, no te has convertido aún en la mujer de Proverbios 31.
O, mi favorita, te sientes culpable porque cada día
suenas más como tu mamá y menos como tú misma.
Caes en la trampa de las expectativas.
Las mujeres somos expertas en ser extremadamente
duras con nostras mismas, así que déjame decirte un par de cosas que a veces se
nos olvidan:
Dios sabe que no eres perfecta. El te hizo, es tu Creador, ¿quién te conoce
mejor que Él? ¿Quién sabe mejor que Dios cuáles son tus fallos, tus
debilidades, tus carencias?
Dios te dio hijos aún sabiendo que no eres perfecta. Tus hijos son regalos de Dios. El, en Su
voluntad decidió dártelos, “prestártelos” para que los críes y los saques
adelante. El te escogió a ti como mamá de tus hijos, no por tus méritos, sino
porque así lo quiso.
Tus hijos te quieren a ti, quieren tu tiempo, tu
risa, tus caricias, tus besos, tu dedicación, tu atención. Te aseguro que
prefieren que dejes la ropa sin doblar un día para leerles un libro, que
prefieren renunciar a la comida gourmet para que tengas tiempo de jugar con
ellos. Tus hijos tampoco te demandan perfección, sino atención.
¿Qué puedes hacer entonces para no caer en la trampa
de las expectativas y dar un paso más para convertirte en una mamá a la manera de Dios?
1. Pon en sintonía tus expectativas con
tu realidad - Haz una evaluación sincera de ti misma y date cuenta de las
situaciones en las que demandas demasiado de ti misma.
2. Identifica las áreas de tu vida
que te hacen sentirte especialmente culpable y trata de llegar a la raíz de la
situación ¿Qué es lo que me hace sentirme culpable exactamente y qué debo
cambiar para no llegar a la culpa.
3. Permítete fallar. Sácate de la
cabeza que puedes hacerlo todo, que puedes hacerlo todo a tiempo y que puedes
hacerlo todo bien. No me malinterpretes, como hijas de Dios, nuestros
estándares deben ser altos y siempre debemos aspirar a la excelencia en todo.
Pero no somos Dios, no somos perfectas. Somos simples mortales que pecan,
fallan y se equivocan.
4. Esfuérzate por depender de Dios en
cada aspecto de tu vida. Ora antes de planificar tu día, ora antes de tomar
decisiones, sobre todo si estás aceptando algo que va a poner una carga mayor
sobre tus hombros de la que ya tienes. Ora para que te muestre qué cosas
podrías estar haciendo de forma diferente e incluso para que te guíe a aquellas
cosas que es mejor que dejes de hacer.
Me encanta el breve Salmo 127, que nos ilustra cómo
llevar una vida de dependencia en Dios. De los cinco versículos del Salmo, los tres
últimos nos hablan de los hijos, y es para mí, en lo personal, un llamado a
poner mis habilidades como madre en manos del Señor:
Salmo 127
Si Jehová no edificare la casa, En vano trabajan los que la edifican;
Si Jehová no guardare la ciudad, En vano vela la guardia.
Por demás es que os levantéis de madrugada, y vayáis tarde a reposar,
Y que comáis pan de dolores; Pues que a su amado dará Dios el sueño.
He aquí, herencia de Jehová son los hijos; Cosa de estima el fruto del
vientre.
Como saetas en mano del valiente, Así son los hijos habidos en la
juventud.
Bienaventurado el hombre que llenó su aljaba de ellos; No será
avergonzado Cuando hablare con los enemigos en la puerta.
Desafío para esta semana: Toma lápiz y papel y haz dos columnas. En
una columna anota las expectativas que tienes de ti misma como mamá. En la otra
columna anota las que tiene Dios. Compara las listas y decide borrar de tu
lista las que no estén alineadas con lo que dice Dios. ¡Verás qué libre te
sientes!
La próxima semana: Mi legado
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Edurne
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